martes, 27 de enero de 2015

Más allá de la contienda

   La primera vez que oí hablar de Romain Rolland fue de la mano de Stefan Zweig en uno de los ensayos que forman parte del fantástico Legado de Europa, poco después Mr. Feynman apareció por casa con Colás Breugnon, «un libro alegre y travieso» en palabras del propio Zweig y recientemente cayó en mis manos Más allá de la contienda en una edición prologada por el mismo Stefan Zweig. No tuve ninguna duda desde el primer instante en que sostuve el libro entre mis manos de que se trataba de un auténtico tesoro.

   En una época en la que el nacionalismo pueril de los pueblos envenenaba la sangre de sus ciudadanos, Romand Rolland defendió la cordura y declaró la guerra al odio, «pueden odiarme pero no conseguirán que odie». Fue considerado por muchos un traidor, por otros un cobarde y atacado ferozmente por muchos de los «grandes intelectuales» de la época que con sus plumas arengaban a los pueblos en la contienda, lejos de la sangre de las trincheras y desde el calor y la comodidad de sus hogares.

   Amanece un nuevo año en Europa y lo hace de una forma intensa, los asesinatos terroristas cometidos en Francia hace unas semanas y la reciente victoria de Syriza en las elecciones al parlamento griego producen inquietud en una gran parte de la población, conscientes de ello y en palabras de R. Rolland «las élites de todos los países proclaman convencidas que la causa de su pueblo es la causa de Dios, de la libertad y del progreso humano» y de esta forma ponen la maquinaría de propaganda a trabajar con ahínco, pues «no hay gobierno por despótico que sea y por seguro que esté de su victoria, que no tiemble hoy ante la opinión publica y trate de seducirla». Las plumas toman posiciones y desde las distintas trincheras comienzan a apuntar en muchas ocasiones con gran hostilidad.

   Pero, hasta que punto se espera de aquellos que se hacen llamar «intelectuales» que sepan medir la agresividad de sus palabras, ¿dónde está el límite entre «llamar a las cosas por su nombre» para zarandear un poco al lector, para despertar conciencias; y arengar al gentío con cierto tono implacable y feroz que le impulse al odio?

   Lo que admiro de Romain Rolland es que a lo largo de todas las páginas de su manifiesto pacifista defiende con firmeza sus argumentos en contra del odio, los señores de la guerra y sus marionetas, pero sus palabras no resultan agresivas, hace entender la sin razón de la guerra y el enfrentamiento, sin dejar sensación de agitación ni sentimiento de revancha.

   Yo, que soy de fácil tendencia a exponer mis argumentos con cierta agresividad intento cada vez más suavizar el tono de mi discurso, pues como dijo Romain Rolland «A aquel que escupe odio, el odio le salpica y le quema la cara». 



martes, 20 de enero de 2015

Una historia de Cape Town

  Hace algunos meses mi hermana se instaló en Ciudad del Cabo, llegó allí siguiendo el camino del amor después de pasar por Toronto y Seúl.

   Toronto fue para ella una aventura extraordinaria. Independiente y lejos de casa por primera vez pero arropada por la seguridad que da tener a un familiar cerca, se alojó en casa de una prima que la acogió con mucho cariño, disfrutó de las bondades de la primavera y el verano canadienses y conoció el gran amor.

   En Seúl, aunque en la mejor de las compañías, descubrió las dificultades de la soledad, cuánto puede complicarte la vida una contaminación desmedida y una cultura, la oriental, que aunque de la mano del capitalismo y la globalización cada vez se asemeja más a la occidental, sigue siendo muy diferente. De cualquier forma, allí no eran más que dos exóticos occidentales a los que sus vecinos miraban con curiosidad y diversión, pero con respeto.

   Llegó a Ciudad del Cabo pensando que la vida sería más fácil allí que en Seúl, un clima más benevolente, un ambiente más saludable, el calor de la familia política y las costumbres más occidentales, ¿o no?, pero Ciudad del Cabo escondía un secreto.

   Mi hermana no vive en un gueto europeo donde la inseguridad y la pobreza se esconden detrás de grandes muros y cámaras de vigilancia, sino en un humilde barrio obrero donde salir de casa más tarde de las ocho es una imprudencia y hacerlo caminando aun mayor insensatez, a partir de las ocho de la tarde un breve desplazamiento en coche sigue siendo un riesgo a valorar.

  Ella vive en la verdadera Sudáfrica y no en la que nos venden desde las agencias de viajes. Un país donde la inseguridad, la pobreza, la discriminación, el racismo, la violencia y la intolerancia religiosa se disputan cada día el trono de la desdicha de sus poblaciones, mientras sus políticos venden una Sudáfrica alegre y festiva en forma de Mundial de fútbol. Un país donde en tu humilde casa de tu humilde barrio, cuando te vas a la cama cierras la puerta del dormitorio con llave, a pesar de la altura del piso, de las rejas en puertas y ventanas, del muro que la rodea y de la alambrada que lo corona, porque aun así, hay quien se juega la vida por un trozo de pan, y si se juega su vida, ¿qué le importa la tuya? «Aunque aparentemente todo parece tranquilo, se vive con tensión».

   Me cuenta como cada lunes a las 6 de la mañana, antes de que pase el camión semanal de la basura, las calles se llenan de gente con carritos rebuscando entre la basura acumulada de una semana y recogen de todo, «cargan con mil bolsas atadas al carro y no son ni uno, ni dos, ni tres, son muchos y es tan triste».

   En Ciudad del Cabo, que no es ni de lejos uno de los peores lugares de Sudáfrica para vivir, ha aprendido que «si eres mujer y vas conduciendo, la policía no puede pararte en la calle, te escoltarán hasta una comisaría para explicarte cuál es el problema, aunque antes de llegar es mejor que llames a un conocido para comunicarle a dónde vas y que lleve dinero. De cualquier forma, no se suele ver mucha policía por las calles».

  En Sudáfrica ha descubierto cómo es la vida sin las comodidades tecnológicas a las que estaba acostumbrada, un coche o una conexión a internet sin la que ha perdido el acceso a la información contrastada y plural y a la comunicación instantánea, a la posibilidad de hablar con su familia en cualquier momento, pero también ha perdido algo tan banal como un paseo veraniego a media noche.

   Ahora entiende porque él se marchó.

  Vive en una lucha constante de sentimientos encontrados, de una parte, las distintas costumbres, el ímpetu religioso de la multitud de creencias, la segregación («en este país les encanta dividirse en clases»), la violencia interiorizada incluso en el mismo parlamento donde terminan a golpes en numerosas sesiones; de otra parte, una vida plena en pareja y la belleza de un país de una hermosura desmesurada «aquí las montañas son un paraíso de fauna y vegetación y tienen nombres como Lion´s Head, Elephant´s Eyes, Constantia Neck, Table Mountain… ¿no te parecen geniales?».

   Hace unos días estuvo en la playa «las playas son una gozada, no hay casi gente, el agua está fría pero hace calor, así que está guay, aunque yo entro e intento no pensar en el tiburón blanco, pero cuando dejo de ver el fondo me cago y salgo pitando. En una ocasión estábamos bañándonos y oímos un sonido como si estuvieran haciendo sonar una sirena, empezamos a nadar apresuradamente y cuando llegamos a la orilla nos dimos cuenta de que era el viejo tren (que chirría al frenar) llegando a la estación, ¡no podíamos parar de reír!».

   Así tengo la sensación de que es su vida en Sudáfrica, una gran metáfora, tentada por un país grandioso que la impulsa a sumergirse hasta el fondo, pero que esconde bajo sus aguas un peligro que acecha constantemente.

   Mi hermana, que a base de ver mundo ha madurado, se nos ha hecho mayor y se ha casado.  Me siento orgullosa de ella, de los pasos que ha dado para salir del letargo en el que se había instalado y feliz de que por fin haya encontrado su camino. 




martes, 13 de enero de 2015

Lo más importante

   «Digáis lo que digáis, lo más importante es que el hombre sea feliz y que con su felicidad haga felices a los demás» Giovanni Papini.

   

Día 10 - Chios (Hios/Quíos): ruta por la zona central


Abandonamos Samos destino a Chios. Salimos del puerto de Vathi a primera hora de la mañana, los pasajes del barco los compré por internet a través de Grecotur, el precio de cada billete era de 12€ y el trayecto duró tres horas y media.


La capital de la isla de Chios, se llama también Chios, (Hios o Quios, según la transcripción) y pudimos apreciar la diferencia con Samos (la isla tranquila) nada más desembarcar en el puerto, un lugar bullicioso repleto de gente y con bastante tráfico. Chios es una de las islas menos turísticas de entre todas las del Egeo, recibe pocos turistas y eso permite relacionarse más fácilmente con la gente local. Fue un importante punto del comercio marítimo, habitada por armadores y marinos.  Es una isla fantástica para alejarse de los tópicos turísticos y conocer mejor la verdadera Grecia. 


Mapa de Chios 

   Nos alojamos en un pequeño hotel a las afueras de la ciudad (Voulamandis House), una casona típica de estilo genovés, con una bonita parcela ajardinada y rodeada de naranjos, un lugar fantástico. Michalis Voulamandis, Aggeliki y Stratos fueron muy simpáticos y nos trataron de maravilla, además en la isla todo el mundo conoce al Sr. Voulamandis.

Dejamos el equipaje en el hotel y nos fuimos sin perder un minuto a explorar la isla, como íbamos a estar tres días, dividimos la isla en tres partes y aquel primer día nos dedicamos a la parte central, así que pusimos rumbo a la bahía de Lithi, una playa de arena fina y aguas tranquilas de poca profundidad, comimos pescado fresco en una de sus tabernas y nos echamos una siesta fantástica en la playa. En Lithi había bastante gente a pesar de ser una zona con pocos hoteles y sin buenas conexiones, así que decidimos buscar un lugar más tranquilo, lo encontramos al llegar a la bahía de Elinta, una bonita playa de guijarros y aguas cristalinas color turquesa, un lugar muy tranquilo.           
 Zona central de la isla

De regreso al hotel paramos en Anabatos, un pueblo abandonado, con un aire algo fantasmal que se alza en lo alto de una montaña, pero varios carteles avisando del riesgo de derrumbes nos disuadieron de adentrarnos en él.

Anabatos

Nuestra última parada del día fue en Nea Moni (monasterio nuevo), monasterio bizantino que durante muchos siglos fue el centro religioso más importante de Chios. Su iglesia está decorada con unos mosaicos originales del siglo XI en muy buen estado de conservación. El monasterio forma parte del patrimonio mundial de la UNESCO y lo cierto es que es un sitio fascinante, ubicado en medio de la montaña. Llegamos en el momento en que comenzaba uno de los oficios en la pequeña iglesia y el sacerdote lejos de echarnos, nos invitó con una enorme sonrisa a entrar y curiosear todo lo que quisiéramos mientras que el reducido grupo de personas que participaba en el culto cantaba sus oraciones, fue un momento muy especial poder contemplar aquella pequeña y antigua iglesia bizantina a la vez que escuchábamos los cánticos de fondo, como un breve viaje al pasado.

Nea Moni

Terminada la visita a Nea Moni fuimos directos al hotel, el día había sido muy largo y estábamos agotados.

Próxima parada: Chios: en el norte de la isla.

martes, 6 de enero de 2015

Víspera de Reyes

   La víspera de Reyes siempre fue para mí la mejor noche del año, una noche mágica y llena de ilusión, que compartía con mi hermana.

  Comenzaba con la cabalgata, el roscón y los zapatos bien limpios que colocábamos en el salón. 

    La hora de ir a la cama se retrasaba un poco aquella noche interminable en la que esperábamos leyendo bajo las sábanas a que nuestros padres se acostaran. 
    
   En cuanto oíamos pasos en la escalera nos hacíamos las dormidas aguardando nuestro beso de buenas noches y tan pronto la casa quedaba en silencio saltábamos de la cama y daba comienzo la noche más larga del año.

   Organizábamos todo tipo de juegos, intentando hacer el menor ruido y las horas iban pasando lentamente mientras jugábamos con nuestras muñecas, leíamos, coloreábamos... a la espera del primer rayo de sol y en cuanto este se colaba por las grietas de las persianas, corríamos ansiosas al dormitorio de nuestro padres.

   Con insistencia conseguíamos levantarlos de la cama y bajar juntos, los cuatro, las escaleras que llevaban a la puerta del salón. Allí, antes de abrir la puerta, quedábamos paralizadas apenas unos segundos, como conteniendo la respiración, cogiendo impulso y al abrir la puerta nuestros ojos brillaban fascinados.

  Aquella tradición duró muchos años, incluso después de descubrir los secretos que escondía aquella noche, seguíamos pasándola en vela, soñando despiertas con las sorpresas que traería el nuevo día.

   La semilla de aquellas noches quedó tan arraigada que la víspera de Reyes sigue siendo para mí la mejor noche del año, una noche para soñar.