martes, 28 de abril de 2015

Día 15: Macedonia: Pella y Vergina - Aigai


   En el día 15 de nuestra aventura griega descubrimos dos de los lugares más fascinantes del viaje, quizás más que por su grandiosidad o fama, por ser lugares relativamente desconocidos para nosotros. Micenas, Efeso, Knossos, Delphos... resultan fabulosos, pero antes de poner allí nuestros pies habíamos visto cientos de imágenes en numerosos libros, revistas y documentales, mientras que de Pella sabíamos que contenía magníficos mosaicos y de Aigai, que está incluida en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco y que esconde algunas tumbas de los reyes macedonios, entre ellas la de Filipo II, padre de Alejandro Magno. Pero apenas habíamos visto imágenes y no teníamos muy claro qué nos íbamos a encontrar; para nuestra sorpresa resultaron ser dos lugares de gran interés y con muchos menos turistas que el resto de famosos monumentos griegos, en Pella no habría más de una decena y en Aigai había alguno más, pero muy lejos de las multitudes que encontramos en otros de los más famosos yacimientos arqueológicos griegos. 

   Pella fue capital del reino macedonio y a pesar del esplendor del que gozó en su día, tras su decadencia, fue abandonada, olvidada y siglos después construyeron una carretera que cruzaba por encima de la que había sido gran capital del Reino Macedonio. En la actualidad el yacimiento se encuentra a ambos lados de la carretera y la visita se divide en dos partes, el yacimiento arqueológico y el museo. La entrada cuesta 6€ para los ciudadanos de la Unión Europea y es gratuita con el carnet de estudiante.



   Efectivamente allí encontramos algunos de los mosaicos mas bellos y mejor conservados de la antigüedad griega, algunos de ellos permanecen en la zona escavada del yacimiento, su lugar original desde aproximadamente el 300 a.C; otros se pueden observar en el museo ubicado al otro lado de la carretera y que además de mosaicos, expone estatuas y otros objetos de interés encontrados durante las excavaciones.


Mosaico ubicado en la casa de La caza del león.

    El mayor interés de la zona escavada son los mosaicos, ya que la ciudad fue completamente destruida y aunque se puede apreciar la división de las calles y distribución de las casas, no queda ningún edificio en pie. La visita al pequeño museo resulta muy interesante.

   En la actual localidad de Vergina, bajo una loma se esconde el complejo funerario de Aigai que contiene tres tumbas reales macedonias en un muy buen estado de conservación y parte del tesoro funerario (aunque la mayor parte de este tesoro se encuentra en el museo de Tesalónica). Como ya he comentado, una de ellas pertenece al rey Filipo II, padre del gran Alejandro Magno.



Tumba real Macedonia

   Si viajas en verano no olvides que el calor es muy intenso; gorro y botella de agua resultan imprescindibles. A la sombra y en altura esta era la temperatura que marcaba el termómetro del local donde comimos aquel día en Vergina.

Vergina - 13hrs

    Pasamos la noche en Grevena, una pequeña ciudad que nos recordó mucho a España, llegamos a media tarde y nuestro hotel estaba ubicado en plena plaza principal, cuando llegó la noche todos los habitantes salieron a reunirse en la plaza, a ver y ser vistos; a un lado los hombres, a otro las mujeres y en una de las calles colindantes la juventud, todos tomando helado o café.

     Próxima parada: En los montes Pindo y pueblos de Zagori.

jueves, 23 de abril de 2015

Cuentos de la infancia: el misterio del libro jamás escrito

En el día del libro, hablemos de libros, hablemos de uno que jamás fue escrito.

Los libros están en mi vida desde que tengo uso de razón, cada año los Reyes Magos se encargaban de que no faltaran al menos un par de ellos junto a mis impecables zapatos.

Puedo decir que conservo casi todos los libros de mi infancia, alguno sucumbió a las invasiones anuales de primos cuando por mi cumpleaños nos juntábamos todos en casa y la algarabía invadía el hogar, pero en general sobrevivió una gran parte, alguno perdió la tapa y otros fueron posteriormente decorados por los lápices de colores de mi hermana pequeña, pero todos conservan el encanto del primer día en que cayeron en mis manos.

Sin embargo de todos los libros de mi infancia, recuerdo uno especialmente, lo recuerdo con mucho cariño, fue uno que jamás encontré. Se trataba de un libro de cuentos; cuentos protagonizados por animales a los que les ocurrían cosas fantásticas o que pretendían realizar hazañas extraordinarias, por ejemplo, un león que perdía la melena porque era un poco remilgado con su alimentación, un elefante que envidiaba a los pájaros y pretendía construir su propia casa en la copa de un árbol o una presumida y joven mariposa que abandonaba su hogar en busca de aventuras.

Durante algún tiempo mi madre me contaba aquellas historias mientras me daba de comer y cuando aprendí a leer, una de mis mayores ambiciones fue encontrar el libro de donde ella extraía aquellos cuentos que tanto me gustaban para poder leerlos una y otra vez. Lo busqué entre todas las estanterías de casa, entre mis libros infantiles, entre las novelas de mis padres, entre los libros de arquitectura y los de recetas de cocina, en casa siempre hubo muchos libros; lo busqué también en las estanterías de la guardería donde trabajaba mi madre y a la que yo acudía con ella en ocasiones especiales; pero aquel libro se escondía muy bien, tanto, que un día desistí y el misterio del libro de los animales permaneció en mi cabeza durante mucho tiempo. Os preguntaréis por qué nunca pregunté por él a mi madre, lo cierto es que no lo sé, cosas de niños, supongo; es más emocionante buscar y encontrar por uno mismo un tesoro escondido y si no lo encuentras hacer que permanezca en la memoria como un gran misterio, que simplemente preguntar por él.

Años después volvió a mi cabeza y esta vez, supongo que empujada por la «racionalidad» de la madurez, decidí preguntar a mi madre por él y acabar con el misterio. « ¿Qué libro? », preguntó mi madre, «aquellos cuentos los inventaba yo, era la única forma de conseguir que comieras». Creo que aquella fue una de las grandes sorpresas de mi vida,  no tenía ni la menor idea, jamás habría imaginado que aquellos cuentos que tanto me gustaban los inventó ella para mí. La autora no era una señora extranjera de nombre exótico y varias consonantes seguidas en su apellido, no, la autora era Mi Madre y aquellas historias habían sido inventadas para mí, no os resulta emocionante.

A veces siento la tentación de escribir aquellos cuentos, pero siempre me surgen dudas, no sé si prefiero conservar su leve recuerdo en mi memoria como el misterio del libro que no encontré, el libro que jamás fue escrito.


viernes, 17 de abril de 2015

Cien años de soledad

   En el primer aniversario de la muerte de Gabriel García Márquez no se me ocurre mejor homenaje que comenzar a leer Cien años de soledad, porque sí, confieso mi vergüenza, yo, ávida lectora, a pesar de que el libro lleva en mi estantería un par de décadas, no he leído la historia de los Buendía.

   Cien años de soledad llegó a mis manos tal vez demasiado pronto y en circunstancias que no ayudaban a disfrutar de su lectura; leer un libro detrás de otro por obligación para superar un examen, teniendo muchos otros libros que leer para hacer también un papel digno en muchas otras pruebas. Porqué sabréis que entonces todo el futuro dependía de aquello, cuanto me río ahora del futuro. El sistema educativo me convirtió en una persona con una excelente capacidad para aprobar exámenes, pero consiguió que pasara de largo por uno de los grandes hitos de la literatura. Las distracciones de la adolescencia tampoco tuvieron piedad con tantos años soledad.

   Pensaréis que desde entonces ha pasado mucho tiempo y que he podido retomarlo en muchas otras ocasiones, y es cierto, pero al final siempre que pensaba en García Márquez acababan en mis manos otros de sus libros.

   «Puf, qué pereza, demasiados personajes», es la consigna que dejó gravada en mi cabeza aquel breve acercamiento de 61 páginas, momento en el que agobiada por la falta de tiempo para atender un libro como se merece y para superar todos los obstáculos que se interponían entre mi presente y mi futuro, decidí cambiar su lectura por la del resumen y análisis previo que, como buen libro de Catedra incluía en las páginas previas y cumplir así con mi objetivo: superar un examen más.

   Así que hoy, décadas después, vuelvo a sostenerlo entre mis manos con un nuevo y más digno objetivo: disfrutar de su lectura. 

   Lo dicho, me voy de viaje a Macondo, ya os contaré a la vuelta.