jueves, 23 de abril de 2015

Cuentos de la infancia: el misterio del libro jamás escrito

En el día del libro, hablemos de libros, hablemos de uno que jamás fue escrito.

Los libros están en mi vida desde que tengo uso de razón, cada año los Reyes Magos se encargaban de que no faltaran al menos un par de ellos junto a mis impecables zapatos.

Puedo decir que conservo casi todos los libros de mi infancia, alguno sucumbió a las invasiones anuales de primos cuando por mi cumpleaños nos juntábamos todos en casa y la algarabía invadía el hogar, pero en general sobrevivió una gran parte, alguno perdió la tapa y otros fueron posteriormente decorados por los lápices de colores de mi hermana pequeña, pero todos conservan el encanto del primer día en que cayeron en mis manos.

Sin embargo de todos los libros de mi infancia, recuerdo uno especialmente, lo recuerdo con mucho cariño, fue uno que jamás encontré. Se trataba de un libro de cuentos; cuentos protagonizados por animales a los que les ocurrían cosas fantásticas o que pretendían realizar hazañas extraordinarias, por ejemplo, un león que perdía la melena porque era un poco remilgado con su alimentación, un elefante que envidiaba a los pájaros y pretendía construir su propia casa en la copa de un árbol o una presumida y joven mariposa que abandonaba su hogar en busca de aventuras.

Durante algún tiempo mi madre me contaba aquellas historias mientras me daba de comer y cuando aprendí a leer, una de mis mayores ambiciones fue encontrar el libro de donde ella extraía aquellos cuentos que tanto me gustaban para poder leerlos una y otra vez. Lo busqué entre todas las estanterías de casa, entre mis libros infantiles, entre las novelas de mis padres, entre los libros de arquitectura y los de recetas de cocina, en casa siempre hubo muchos libros; lo busqué también en las estanterías de la guardería donde trabajaba mi madre y a la que yo acudía con ella en ocasiones especiales; pero aquel libro se escondía muy bien, tanto, que un día desistí y el misterio del libro de los animales permaneció en mi cabeza durante mucho tiempo. Os preguntaréis por qué nunca pregunté por él a mi madre, lo cierto es que no lo sé, cosas de niños, supongo; es más emocionante buscar y encontrar por uno mismo un tesoro escondido y si no lo encuentras hacer que permanezca en la memoria como un gran misterio, que simplemente preguntar por él.

Años después volvió a mi cabeza y esta vez, supongo que empujada por la «racionalidad» de la madurez, decidí preguntar a mi madre por él y acabar con el misterio. « ¿Qué libro? », preguntó mi madre, «aquellos cuentos los inventaba yo, era la única forma de conseguir que comieras». Creo que aquella fue una de las grandes sorpresas de mi vida,  no tenía ni la menor idea, jamás habría imaginado que aquellos cuentos que tanto me gustaban los inventó ella para mí. La autora no era una señora extranjera de nombre exótico y varias consonantes seguidas en su apellido, no, la autora era Mi Madre y aquellas historias habían sido inventadas para mí, no os resulta emocionante.

A veces siento la tentación de escribir aquellos cuentos, pero siempre me surgen dudas, no sé si prefiero conservar su leve recuerdo en mi memoria como el misterio del libro que no encontré, el libro que jamás fue escrito.


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