En el primer aniversario de la muerte de
Gabriel García Márquez no se me ocurre mejor homenaje que comenzar a leer Cien
años de soledad, porque sí, confieso mi vergüenza, yo, ávida lectora, a pesar
de que el libro lleva en mi estantería un par de décadas, no he leído la historia de los Buendía.
Cien años de soledad llegó a mis manos tal
vez demasiado pronto y en circunstancias que no ayudaban a disfrutar de
su lectura; leer un libro detrás de otro por obligación para superar un examen,
teniendo muchos otros libros que leer para hacer también un papel digno en muchas
otras pruebas. Porqué sabréis que entonces todo el futuro dependía de aquello, cuanto me río
ahora del futuro. El sistema educativo me convirtió en una persona
con una excelente capacidad para aprobar exámenes, pero consiguió que pasara de
largo por uno de los grandes hitos de la literatura. Las distracciones de la
adolescencia tampoco tuvieron piedad con tantos años soledad.
Pensaréis que desde entonces ha pasado mucho
tiempo y que he podido retomarlo en muchas otras ocasiones, y es cierto, pero
al final siempre que pensaba en García Márquez acababan en mis manos otros de sus libros.
«Puf, qué pereza, demasiados personajes», es
la consigna que dejó gravada en mi cabeza aquel breve acercamiento de 61
páginas, momento en el que agobiada por la falta de tiempo para atender un libro
como se merece y para superar todos los obstáculos que se interponían entre mi
presente y mi futuro, decidí cambiar su lectura por la del resumen y análisis previo
que, como buen libro de Catedra incluía en las páginas previas y cumplir así con
mi objetivo: superar un examen más.
Así
que hoy, décadas después, vuelvo a sostenerlo entre mis manos con un nuevo y
más digno objetivo: disfrutar de su lectura.
Lo dicho, me voy de viaje a Macondo, ya os contaré a la vuelta.
Lo dicho, me voy de viaje a Macondo, ya os contaré a la vuelta.
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