Hace un año
que empecé a leer La tregua, de Mario Benedetti, pero no debía ser el momento
porque no me duró más de 30 páginas. Soy de las que piensa que con todo lo
bueno que hay por leer no merece la pena perder el tiempo con un libro que no
te conquista. Así que lo dejé un poco pesarosa, porque comprenderán, se trata
de Mario Benedetti, no es un cualquiera.
Lo dejé
rondando por la casa, por si en algún momento se decidía a llamarme con más
ímpetu que la primera vez. Me gusta pensar que los libros tienen vida y que se
las ingenian para de alguna manera llamar nuestra atención.
Hace unas
semanas, alguien me lo recomendó con mucho entusiasmo, unos días después lo
encontré anotado como uno de los imprescindibles en uno de los blogs de libros
que sigo y a los pocos días me sorprendí recomendando a una amiga Primavera con
una esquina rota, recordando la agradable sensación que me produjo su lectura.
¡Dale!, ahí
estaba Mario Benedetti, pidiendo una segunda oportunidad y yo, que soy muy de
segundas oportunidades, cómo no se la iba a dar a Mario.
Qué alegría que La tregua decidiera llamarme con más ímpetu que la primera vez, qué hermoso
libro, qué sensación tan grata.
Qué alegría ser de ese tipo de personas que conceden segundas oportunidades.
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