Hace un tiempo que viajo con Patrick
Leigh Fermor, él aun no es un escritor de prestigio, jamás ha estado en Grecia
y no se imagina las experiencias que vivirá como combatiente de la Resistencia
en Creta durante la ocupación nazi. Sólo tiene 19 años, una mochila, un diario
y algunas monedas. Los anhelos de una infancia libre y despreocupada le impiden adaptarse a la vida de adulto que de él se espera, así que con gran ilusión y un entusiasmo que en el último momento ha conseguido contagiar a su madre, ha emprendido un largo
viaje a pie.
El curso del Rin y del Danubio han
guiado nuestros pasos a través de Europa, una Europa que ha dejado atrás la
Gran Guerra, pero en la que el nazismo comienza a tejer su pegajosa tela de
araña.
En nuestro periplo hemos disfrutado de
hermosos paisajes, escuchado y conectado distintas lenguas, contemplado maravillas
de la arquitectura y el arte, nos hemos sentido embriagados por la grandeza de
algunas ciudades, hemos reído, bebido y bailado junto a hospitalarios lugareños
de distintas comarcas, nos hemos dejado llevar por los regalos que a veces te
de la vida y en algún caso, lo hemos pagado.
Las cartas certificadas que en
ocasiones recibimos con algo de dinero nos ayudan a vivir con desahogo algunos
días, pero ese dinero nunca dura mucho. La amabilidad de algún pariente lejano,
de los amigos que hacemos durante el viaje y de los conocidos a los que estos
amigos escriben para que nos presten alimento y cobijo, nos permite pasar a
cubierto algunas frías noches del invierno europeo, otras las pasamos al raso o
en algún pajar. Algunos de estos amigos lo serán para siempre.
Tomo nota con sumo detalle de todos
los lugares por los que pasamos, sé que algún día repetiré este mismo viaje con
Mr. Feynman, seguramente el encanto de esa Europa de 1933 que ahora descubro en
compañía de Paddy habrá desaparecido tras la sombra de una escalofriante guerra,
del progreso tecnológico y la globalización, pero trataremos de encontrar sus
cenizas en lo profundo del curso del Rin y del Danubio.
En
este momento, Paddy y yo permanecemos parados en medio de un puente sobre el
río Danubio, contemplando la puesta de sol, mirando al futuro, cogiendo
impulso; aun nos aguarda un largo camino Entre los bosques y el agua hasta
alcanzar nuestra meta, una exótica ciudad, un puente entre Europa y Asia y a la
que en ese momento aun llaman Constantinopla.
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