martes, 10 de febrero de 2015

El tiempo de los regalos

Hace un tiempo que viajo con Patrick Leigh Fermor, él aun no es un escritor de prestigio, jamás ha estado en Grecia y no se imagina las experiencias que vivirá como combatiente de la Resistencia en Creta durante la ocupación nazi. Sólo tiene 19 años, una mochila, un diario y algunas monedas. Los anhelos de una infancia libre y despreocupada le impiden adaptarse a la vida de adulto que de él se espera, así que con gran ilusión y un entusiasmo que en el último momento ha conseguido contagiar a su madre, ha emprendido un largo viaje a pie.

El curso del Rin y del Danubio han guiado nuestros pasos a través de Europa, una Europa que ha dejado atrás la Gran Guerra, pero en la que el nazismo comienza a tejer su pegajosa tela de araña.

En nuestro periplo hemos disfrutado de hermosos paisajes, escuchado y conectado distintas lenguas, contemplado maravillas de la arquitectura y el arte, nos hemos sentido embriagados por la grandeza de algunas ciudades, hemos reído, bebido y bailado junto a hospitalarios lugareños de distintas comarcas, nos hemos dejado llevar por los regalos que a veces te de la vida y en algún caso, lo hemos pagado.

Las cartas certificadas que en ocasiones recibimos con algo de dinero nos ayudan a vivir con desahogo algunos días, pero ese dinero nunca dura mucho. La amabilidad de algún pariente lejano, de los amigos que hacemos durante el viaje y de los conocidos a los que estos amigos escriben para que nos presten alimento y cobijo, nos permite pasar a cubierto algunas frías noches del invierno europeo, otras las pasamos al raso o en algún pajar. Algunos de estos amigos lo serán para siempre.

Tomo nota con sumo detalle de todos los lugares por los que pasamos, sé que algún día repetiré este mismo viaje con Mr. Feynman, seguramente el encanto de esa Europa de 1933 que ahora descubro en compañía de Paddy habrá desaparecido tras la sombra de una escalofriante guerra, del progreso tecnológico y la globalización, pero trataremos de encontrar sus cenizas en lo profundo del curso del Rin y del Danubio.

En este momento, Paddy y yo permanecemos parados en medio de un puente sobre el río Danubio, contemplando la puesta de sol, mirando al futuro, cogiendo impulso; aun nos aguarda un largo camino Entre los bosques y el agua hasta alcanzar nuestra meta, una exótica ciudad, un puente entre Europa y Asia y a la que en ese momento aun llaman Constantinopla. 


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