Mi salón es un desastre, no recuerdo tanto
desorden desde que me mude a Barcelona con Mr. Feynman, a nuestro primer hogar,
Riera Baixa.
Pero pensemos en el presente, trato de
montar un mueble, no es el primero ni será el último, llevo ya unos cuantos y
en general no se me da mal, pero este se me resiste, lo he montado dos veces,
pero no soy capaz de hacer encajar las piezas, así que antes de pelearme con él
y acabar por romperlo (a punto he estado varias veces) he decidido que se queda
así. Lo miro con inseguridad y trato de aceptar que no es perfecto, pero me
resulta incómodo tener un mueble en mi salón que no encaja como tenía
previsto.
Y después de todo, miro el salón, hay tanto
desorden, grandes cajas de cartón y embalajes, algunos tableros y cajones a
medio montar, la mesa desplazada y sobre ella, algunos cables y cestos llenos de trastos. Varias caja, carpetas y pilas de papeles desparramados por el
suelo, algunas tarjetas de visita de una vida pasada (que pudo ser), o quién
sabe si futura.
¿Pretende la vida hacerme aprender a vivir
una vida que escapa a mi control?, una vida donde en ocasiones reina el
desorden, donde muchas veces las piezas no encajan a mi antojo, una vida donde
mis deseos no se cumplen o al menos no lo hacen al ritmo que yo les marco, una
vida sin armonía y que escapa a mi control.
Sí, soy de esas personas que cree que la
vida nos habla, o al menos lo intenta, y sí, a veces lo hace de una forma
extraña y si cabe cruel, porque sí, la vida es cruel, pudiendo ser siempre esplendida,
a veces, decide ser cruel, pone nuestros deseos casi al alcance de nuestras
manos, se diría que casi podemos rozarlos con los dedos, sentir su tacto,
apreciar su olor, nos deleitan con su apariencia, y cuando parece que por fin
podemos amarrarlos… se esfuman, desaparecen; y nosotros nos aferramos a ellos,
a esos sueños improbables o tal vez imposibles que se alejan, mientras ella se
ríe de nosotros.
Muchos dirán que tengo una vida extraordinaria
(seguramente lo es), que no se puede tener todo, que hay quienes viven una vida
miserable (soy muy consciente de ello), que no tengo derecho a quejarme; pero
claro que lo tengo, ¿por qué no?, por qué no puedo tenerlo todo si es lo que
deseo, qué daño hago, qué tiene de malo. Aprecio plenamente todo lo bueno que
hay en mi vida, pero eso no me impide desear más, no me conformo.
Y sin embargo, de nada sirve «llorar ante el
muro ciego».
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