Una de las
cosas que más eché de menos durante los primeros meses de vida de la Mona fue
la lectura. Desde muy pequeña estoy acostumbrada a sumergirme a menudo en los
libros para buscar algo de paz y durante aquellos primeros meses de maternidad
primeriza fue algo completamente imposible. Por eso, desde el Día de reyes, en
que Mr. Feynman me sorprendiera con una hermosa edición ilustrada de Robinson
Crusoe no podía dejar de pensar en el momento de retomar mi relación con los
libros.
No es que en
los últimos meses no haya leído nada, poco a poco y a partir del tercer mes, la
Mona me fue dejando algún huequito y así pude terminar la autobiografía de Slawomir
Mrozek, (que tenía pendiente porque el parto me sorprendió con quince días de
adelanto), o la biografía de María Estuardo, que fui leyendo poquito a poco,
sacando unos minutitos de aquí y de allá y disfrutando así, una vez más, del
más puro y apasionado Stefan Zweig.
Pero a lo que
iba, cuando Robinson Crusoe llegó a mis manos lo coloqué en un lugar
privilegiado de la estantería y cada vez que lo veía suspiraba soñando con el
día en que pudiera disfrutar de algo de tiempo para perderme entre sus páginas,
no quería comenzar su lectura hasta no tener la seguridad de que podría
disponer del tiempo suficiente para darle cierta continuidad, además, Mr. Feynman
había dado en el clavo con aquel libro, perderme en una isla desierta es algo
que en ocasiones se me antoja un sueño por conquistar, no es que esté
disgustada con la maternidad, soy muy feliz, pero resulta tan agotador que la
posibilidad de poder escapar durante un rato a una isla desierta resulta una
opción muy deseable.
Por fin, hace
un par de semanas, ese día llegó, la Mona ya duerme toda la noche en su
dormitorio, de ocho a ocho, ¡maravilla!, lo que me permite descansar por la
noche y no tener que aprovechar cualquier momento libre para echar una
cabezada, y ¡oh, milagro! también ha empezado a dormir dos largas siestas
durante el día.
Así que para
celebrar el Día del libro saqué a Robinson de la estantería y me embarqué rumbo
a su isla desierta. La edición que eligió para mi Mr. Feynman (de Sexto Piso)
es muy bonita e incluye unas hermosas ilustraciones en la parte final, aunque
yo las habría preferido intercaladas a lo largo del libro supongo que habrá un
porqué para está ubicación.
Estoy
disfrutando enormemente de su lectura y aunque durante mi etapa escolar leí una
versión reducida en inglés, afortunadamente no recordaba nada más que la
llegada de Viernes, por lo que todas las aventuras de Mr. Crusoe me resultan
tan excitantes como al mismísimo Robinson y me doy cuenta de que viendo que se
acerca el final comienzo a reducir el ritmo de lectura, algo que hago
inconscientemente siempre que disfruto de forma especial con un libro, tratando
de prolongar algo más la diversión, pero me temo que esta misma noche me despediré
de Robinson, Kioto me llama a voces desde la estantería.
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